Hay quien dice que viajar es cambiar preocupaciones por ilusiones, que tiene que ver con moverse ligero, sin el peso del día a día. Esa es la idea cuando, por unos días, dejas atrás tu casa y la rutina para dejarte cautivar por lugares por conocer, abierto a descubrir una historia y unas costumbres diferentes. La Rioja surge como destino fascinante, ya que conjuga naturaleza y ciudad, y los viajeros son una familia hechizada por los espacios naturales que al mismo tiempo es seducida por la emoción de callejear por paseos desconocidos y está dispuesta a dejarse sorprender por los tesoros que surgen entre callejuelas y bocacalles.
Una tierra de dinosaurios
Todo lo relacionado con los dinosaurios, por supuesto, gana por goleada en el diario de viaje de los más pequeños. Tan solo con oír hablar de ‘El Barranco Perdido’ y la ruta de las huellas, la imaginación los transforma en protagonistas de su propio ‘Parque Jurásico’. Este es un sueño hecho realidad para los chavales, ya que en La Rioja se concentra una de las mayores y mejores colecciones de huellas –icnitas es su nombre técnico- de dinosaurio fosilizadas del mundo.
La Ruta de las Icnitas, siguiendo los caminos de Enciso, Munilla, Igea o Cornago, permite hacerse una idea del entorno en que vivían aquellos gigantescos animales, por otro lado, el antiguo ‘Mar de Thethys’, un entorno de características tropicales, ocupaba lo que hoy es el área sureste de la región. Los dinosaurios son los grandes protagonistas también de ‘El Barranco Perdido’, el parque de paleoaventura ubicado en la Enciso, donde se fusionan documentales en tres dimensiones, trabajos paleontológicos, hallazgos arqueológicos, junto a pantallas táctiles y juegos que invitan a adentrarse en un universo fascinante: el de los primeros seres que habitaron la Tierra. Además, el Laboratorio del Tiempo magnetiza la atención de los niños, allí pueden convertirse en improvisados paleontólogos y analizar los restos fósiles que han localizado tan solo un momento antes en un yacimiento cercano.
Una oferta vinícola para todos los públicos
Quien se adentra en La Rioja busca percibir todas esas sensaciones que provocan emociones, esos recuerdos que, tiempo después, permanecen incandescentes e invitan a regresar. Ahí el vino y la cultura que lo rodea aparecen como protagonistas principales, ya que más allá de una bebida que, por su edad, aún no pueden tomar, el ‘Rioja’ se presenta ante los jóvenes viajeros como una forma de entender la vida, como una cultura que se retrotrae siglos atrás. Su atención queda inamovible al descubrir cómo, los mejores ‘Riojas’, habitan durante un largo tiempo en oscuros y misteriosos pasadizos subterráneos, donde encuentran la temperatura y el sosiego adecuados para su evolución hasta alcanzar la excelencia.
De hecho, visitar una bodega desprende siempre un halo espiritual, casi religioso, como si de templos erigidos a un dios de la naturaleza se tratara. Al descender por la escalera de piedra que llevaba hasta la nave de barricas, la curiosidad se convierte en una fuerza invencible. Las pirámides de barricas forman infinitos pasillos entrelazados, un laberinto de añadas iluminado tan solo por una tenue luz siena que genera perennes sombras. Allí, los críos descubren entre etéreos contornos y siluetas a los guardianes del vino, porque viajar es también jugar con la imaginación. Más allá de las torres de recipientes de roble se esconden los nichos donde reposan los vinos especiales, los que con el tiempo van ganando en sabiduría. Para tranquilidad de los niños, en esas cuevas no habitan fantasmas, tan solo el espíritu del vino.
La Rioja contabiliza más de quinientas bodegas, muchas de ellas visitables y que ofrecen –además de sus extraordinarios vinos– actividades relacionadas con la enología y la cultura que las rodea. Hablamos de santuarios dedicados al ‘Rioja’, alrededor de los cuales es posible participar en la vendimia junto a los propios agricultores, seguir el ciclo de la vid a lo largo de la primavera, conocer los diferentes procesos del vino en una visita pic-nic guiada por códigos QR, observar durante un placentero paseo la conexión entre los viñedos y el Camino de Santiago, o pintar con vino en la experiencia Bohedal.
Pero el ‘Rioja’ es mucho más y también ha influido en la arquitectura. Así, puedes adentrarte en el calado del siglo XVI, el más largo de los que se conservan en Logroño y que comunica las calles Rúa Vieja y San Gregorio de la capital riojana; realizar la ruta de los guardaviñas, unas construcciones de piedra en cuyo interior se cobijaban antaño los agricultores en los día de frío y tormenta; experimentar con todos los sentidos activados al realizar una cata; o sorprenderte ante el misterioso lloro de la vid.
Intrigados tras explorar calados, nichos y naves de barricas, los jóvenes exploradores se sentirán deseosos por saber más. Ahí es donde emerge el Museo Vivanco. Ubicado en la localidad de Briones, es el mejor centro del mundo dedicado al vino. El Museo Vivanco refleja, a través de las experiencias sensoriales que propone y de sus colecciones arqueológicas, de arte, de útiles, utensilios, prensas... la historia del vino a lo largo de los tiempos, desde el antiguo Egipto hasta la época moderna.
Una tierra con una rica gastronomía
Al dejarte llevar por los sentidos inspirados por el ‘Rioja’, no es extraño que se avive el apetito. El abanico de posibilidades es inmenso en La Rioja. De hecho, un alto en el camino puede situarte frente a uno de esos restaurantes que desprenden un alma especial y una atención casi familiar. Unas patatas con chorizo y unas chuletillas será el menú riojano tradicional, pero nadie debe dejar esta tierra sin probar sus verduras y hortalizas, las alcachofas, los espárragos, productos que nacen en las huertas de Varea y Calahorra.
Las alternativas para disfrutar de una espectacular comida se multiplican en Logroño. La capital riojana ofrece un infinito de posibilidades, que abarca desde la cocina tradicional a los fogones más modernos e innovadores. Si, por el contrario, persigues las sensaciones que genera una selección de platos avalados por las estrellas Michelín, ahí reluce el prestigio de Francis Paniego en el Echaurren, situado en la localidad de Ezcaray, y la Venta de Moncalvillo, en Daroca, reconocido por el saber hacer de los hermanos Echapresto.
Alojados en el centro de Logroño, en pleno Casco Antiguo, las calles Laurel y San Juan emergen como una atracción irresistible para cenar de tapeo. En estas calles, puedes encontrar los pinchos de toda la vida, esos que con el paso de los años han configurado dos de las zonas de tapas más sabrosas del mundo. Ahí continúan sirviéndose orejas, morros, champis, pinchos morunos o bravas, pero al mismo tiempo, un buen número de locales ha apostado por innovar y presentar una auténtica cocina de autor en miniatura.
Una tierra de leyenda
La historia y las leyendas se entremezclan alrededor de los monasterios de Yuso y Suso. Allí se escribieron –y se conservan– las primeras palabras escritas en castellanos. Pero lejos de convertirse en una clase de Lengua que los jóvenes visitantes observen con reticencia, la visita a los monasterios ubicados en San Millán de la Cogolla está rodeada de extraordinarios relatos. Estos dos monasterios, se encuentran separados por apenas un par de kilómetros y están reconocidos como Patrimonio de la Humanidad.
Yuso (abajo), situado junto al pueblo, cobija las Glosas Emilianenses, las palabras que hoy están consideradas como cuna del castellano. Por otra parte, Suso (arriba), el monasterio más antiguo y situado en lo alto de la colina, alberga en una de sus alas siete sarcófagos atribuidos a los siete infantes de Lara. Puede leerse en un cantar de la época que, en el siglo X, siete hermanos, hijos de Gonzalo Gustioz y doña Sancha, fueron capturados por los musulmanes en una emboscada. Engañados por venganza, el romance cuenta cómo los Siete Infantes de Lara fueron decapitados y, posteriormente, enterrados en el monasterio riojano.
Como ves, La Rioja es tierra de mitos sorprendentes que bailan entre la fábula y la realidad. Historias que los vecinos pueden rememorar si visitas lugares como Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada; Santa María La Real de Nájera y el panteón de los reyes del reino de Nájera-Pamplona; o la plaza de la Oca de Logroño, donde convergen el Camino de Santiago, lo esotérico, y las presuntas pistas con las que los templarios sembraron el juego de mesa al esconder los tesoros que trajeron de Tierra Santa.
Una tierra de aventuras y de descanso
Esos relatos que navegan entre el mito y la historia, con el fondo de unos escenarios reales extraordinarios, son el más espectacular cuentacuentos que jamás se pueda escuchar. Por ello, incitado por la intensidad de las fábulas y gestas, el viajero también anhela la acción. La oferta de posibilidades es infinita en La Rioja, por lo que la duda puede surgir entre realizar los paseos en piragua por el Ebro, conducir un 4x4 por la sierra de Cameros, ciclismo entre viñas, visitar los miradores del buitre, hacer parapente, barranquismo, canoas en el Club Náutico de El Rasillo, pedalear por la ruta de la trashumancia, rafting, cabalgar entre viñedos o trepar en el parque multiaventura.
La Rioja se deja descubrir sin que los trayectos entre un lugar y otro se prolonguen en el tiempo, de hecho, en poco más de una hora de coche es posible enlazar el hotel situado en el centro de Logroño con el punto más alejado de la región. Así que, tras unos días de actividad intensa, la apuesta por una jornada de relajación surge como una muy apetecible propuesta. Toca disfrutar de las aguas termales y del Balneario de Arnedillo y, ya por la noche, las estrellas pueden ser un magnífico destino. Desde la reserva Starlight no resulta complicado beneficiarse de los cielos limpios de contaminación de los que presume La Rioja para identificar las Osas Menor y Mayor, Casiopea o Andrómeda, ‘galaxias muy lejanas’ pero abiertas a miles de aventuras en la imaginación de los más jóvenes.
Antes de regresar a casa, un viaje en globo ofrece la experiencia de sentirse flotar. Desde lo alto, las fotografías muestran un mar de viñedos que se extiende desde Haro hasta Logroño y más allá, siguiendo el curso del Ebro, con las sierras de Cameros y la Demanda como límite. Imágenes en color variable, ya sea el ocre del otoño, el pardo desnudo del invierno o el verde en intensidad creciente de la primavera y el verano. Instantáneas de La Rioja que recuerdan que viajamos para que la vida no se escape, que los viajes son los viajeros.
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