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Estilo Becario

Sí, sí, sí, ya está el becario de vuelta para dar rienda suelta a la actualidad que supuran los pasillos de nuestra oficina y, por supuesto, nuestro departamento. Han sido dos semanas muy duras de espera para presentaros a la nueva compañera del departamento, la sexta de cinco. Y es que ahora somos un equipo algo más glamuroso. Como no podía ser de otra manera, nuestra nueva diseñadora es, como adivináis, también una chica. Esto comienza a ser una especie de aislamiento que cada vez aprieta más sus lazos sobre mí. Y es que trabajar con cinco mujeres al final te hace preocuparte por aspectos que consideras tan insignificantes como la amalgama de colores del rosa. Ellas te descubren el buganvilla, el orquídea e incluso uno que se hace llamar turquesa, entre otras delicias. Es una persecución constante y a menudo todo el peso de la moda cae sobre ti. El culmen a ello fue mi anuncio inocente de la compra de unas sandalias de verano. Me las prometía felices, con mis sandalias blancas hasta que me compararon con mi vecino el que exclama sin pudor “Niña, eres más bonita que un tractor recién pintado”. Y ahí, me han ofendido. No seré yo quien viva con las sandalias puestas, pero hablar mal de ellas y dejar indemnes a las chanclas cangrejeras me parece toda una ofensa.

Sandalias con calcetines

Es vergonzosa la discriminación hacia una prenda de vestir tan digna como la sandalia, que no deja espacio a la interpretación. Nadie va a mirar raro la disparidad de tus calcetines. Todo son ventajas, con ellas no hace falta que tengas los calcetines que combinan limpios, tus pies también disfrutan del fresquito del verano y, sobre todo, puedes utilizarlas para lanzarlas con una rapidez pasmosa si eres madre. Pues no, no hay manera, no convencen en el departamento. Han sido consideradas poco menos que una herejía y yo algo peor que un paleto. Así que minimizando mis fallos y al borde de la exclusión social, argumenté que por supuesto, los calcetines o los pantalones largos jamás complementarían mis sandalias. Pero aquello no fue suficiente.

Yo sigo sin verlas tan feas, una tira blanca formando un triángulo de base invisible con una suela que vale, sí, se ensucia y te deja los pies como el sobaco de un grillo con cierta facilidad, pero que oye, son la mar de cómodas. “Disfruta los pies planos” me susurraban, como si no supiera que aquello era una extinta excusa para dejar de ir a la mili. Aunque no negaré que son un inconveniente si lo que quieres es cerrar un trato millonario con un directivo trajeado, esa no parece ser la principal ofensa de las sandalias. Las entendidas de la moda afirman que lo peor son los pelillos de los pies, que sin remordimiento comentan “son de lo más antiestético y pueden costarte la vida en éste departamento”. Viva el glamour sí, pero entre eliminarlos con cera y la vida, aún estoy reflexionando cual es la opción más indolora.

Colores hombre y mujer

Y es que desde que estoy en la oficina, me he replanteado el mundo de la estética empresarial, ese menos original que las canciones de Camela. Dejando a un lado a las mujeres y sus millares de cientos de colores, los hombres somos monocromáticos y aburridos. Americana negra, camisa y corbata. Estamos oprimidos y yo, en cuanto pueda resarcirme, me rebelaré con una corbata de lo más atrevida como bandera. Cambiaré el rumbo de la moda en las oficinas o me quedaré sin trabajo, ya lo tengo decidido. Eso sí, ya que no puedo llevarlas en los pies, cuando sea jefe, mi primera corbata será de dibujitos con sandalias para hacer sangrar los ojos a mis compañeras. Porque la venganza es un plato que se sirve bien frío.

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