El becario vuelve con el calor

Sí, sí, sí, vuelve el becario como vuelve el calor. No, espera, apártate un poco, que me estás asfixiando. Con este calor ando algo preocupado, y es que empiezo a temer por la vida de mis seres queridos. Tengo una iguana boca arriba en la zona sombría del terrario y mi pez está empezando a beberse su propia agua, deshidratado está el pobre.

Empieza a complicarse el verano y esto cada vez se hace más duro. He estado pensando ésta semana, que menos mal que soy pluriempleado y tendré los ahorros suficientes para irme de vacaciones de verano en diciembre. Estoy pensando si viajar al norte y dedicar mi tiempo de ocio a patinar sobre hielo en el Cantábrico, o viajar por esas fechas a la vera del Mediterráneo donde tomar el sol viendo pasar estepicursores mientras cuento los días que quedan para que vuelva La Liga de las vacaciones de Navidad.

Cine

Y es que no os habéis equivocado, habéis leído correctamente: Sí, soy pluriempleado. La envidia del país, la joya del Gobierno, el ojito derecho de Montoro, todo lo bueno, lo soy. Divido mis días entre aliviarme en este espacio y hacer palomitas. Bueno, haciendo palomitas, cortando entradas, limpiando escaleras, moquetas, asientos, cuadrando gente en las salas en un miércoles cual nivel 100 del Tetris, y sobre todo, cobrando las mil y una delicias que guarda cualquier tienda de chucherías de un cine. No os hacéis una idea de las historias, las modas, las caras serias, los peinados, los niños y los "que no hombre, que pago yo" que acaban en batalla campal que soporto a diario. Porque es genial descubrir esa naturaleza que esconden las personas cuando empuñan firmemente un billete de 20, que es más amable que la tarjeta de crédito. Yo no arriesgo, y cuando surge este pequeño problema cobro siempre al que blande su tarjeta. Ese plástico duro lo he visto yo ser utilizado para abrir bocadillos, no quiero saber qué hace en mi piel.

Sociológicamente, podemos estudiar el rostro del pagador. En él se refleja una sensación encontrada. Ese "cariño pago yo" con los dientes apretados mientras piensa en los 2 kilos de chocolate a precio de solomillo de kobe que lleva su acompañante. Uno sonríe, y les despide, el amor supura ternura y comienzas a pensar en lo ínfimo de la existencia y lo precioso de compartir un momento tan dulce en el cine, con una buena peli, durante las próximas dos horas hasta que suena por el walkie-talkie "Becario, pásate por la sala 3".

Acomodador

Cepillo en mano te plantas frente a la salida y observas a esos señores tan majos a los que vendiste unas entradas con oferta venir hacia ti espoleados por una necesidad imperiosa de ir al baño. Y ahí es cuando te plantas con el cepillo en el suelo, aferrándote a él por lo que pueda pasar y mascullas todo lo convincentemente posible un "No… No puede pasar". Eres hombre muerto. Intentas razonar pero no hay alternativas. Cada vez más espectadores con la vejiga floja se agolpan frente a ti. Qué remedio, sólo puedes ceder ante el poder de la masa no sin antes exclamar "pero apunten bien, por dios".

Así, quedas frente a una sala de cine que empiezas a descubrir poco a poco. Una fiesta a la que no han faltado los pollos comiendo palomitas; el Hombre Antorcha, que debe ser que ha comido chocolates y por eso ahora el asiento está glaseado; y su acompañante IceMan, que no ha podido resistir dos horas con semejante pareja y ahora ha convertido el pasillo de la sala en una pista de baile. Y es que la aventura no llega con el final de la película. Cabezas de gamba, ensaladas e incluso las llaves de un Aston Martin son algunos de las más pintorescos regalos que he encontrado entre butacas. Al final, lo único que he interiorizado es que cada uno vive el cine a su manera.

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